domingo, 31 de octubre de 2010

Él vino a ofrecer su corazón


Escribo con la pluma militante y desde las convicciones. Y si es posible que así lo haga es gracias a este hombre que el miércoles nos dejó a muchos con un abrazo pendiente. Escribo para plasmar de alguna manera este torrente de emociones encontradas que se agolpan en el corazón. La muerte de Néstor Kirchner es un acontecimiento difícil de comprender y aún de tolerar, que conmovió al escenario nacional y latinoamericano.
Para los que nos sentimos partícipes de este momento que atraviesa la Argentina, y que podemos delimitar con la llegada de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, la pérdida de Néstor es un vacío que nos interpela para encontrar las herramientas, los modos y las fortalezas para continuar en la construcción de un camino que nuestro país viene transitando y que necesita la profundización de sus cambios.
En un día preparado para el censo nacional, la mañana se tiñó de la desazón de una noticia que, como un cimbronazo, desacomodó nuestra realidad. Uno teme siempre, en un escenario de disputa política (que en muchos momentos se vuelve salvaje, pues tenemos ejemplos de intentos de desestabilización institucional claros) que el dirigente político que conduce el proceso sea víctima de algún atentado, accidente o enfermedad que deje huérfanos de representatividad a los representados. Esto no sucede como ejercicio de la paranoia, pero sí en nuestros peores sueños. La pesadilla se volvió cierta.
No puedo proseguir el relato sin apelar a las historias que me atraviesan y que comparto con tantos miles de jóvenes que hoy son una realidad concreta y un actor político insoslayable en este país.
Yo soy hija de la desmovilización, de la concepción de la política entendida como corrupción, del quiebre de los lazos de solidaridad en una sociedad devastada que miraba a sus costados sólo para lamentarse de la pobreza y la desidia, sin capacidad de actuar. Soy hija de la época en que los hombres de traje del FMI se paseaban por mi país poniéndole la soga al cuello; del “Dios Mercado”, de las privatizaciones, del todo por dos pesos, de la pizza con champagne. Pasé la mayor parte de mi niñez y adolescencia en los 90 cuando las madres del dolor seguían masticando la impunidad del punto final y la obediencia de vida, los viejos eran material descartable, los jóvenes sólo tenidos en cuenta por el sistema como consumidores de identidades ajenas y cuya educación iba en picada. Yo nací en una época donde la argentinidad se resumía en el tango, el folklore, las cataratas del Iguazú o el dulce de leche, donde la mirada estaba puesta en la “culta Europa” y en “el primer mundo yanqui”, negándonos a nosotros mismos nuestra identidad de pueblos originarios, de mestizaje hispanoamericano, de piel morena, de caudillos y montoneras; del proyecto de la Patria Grande de San Martín, Bolívar, Artigas, Moreno. Prefirieron no hacernos conscientes de nuestra historia de dominación, de genocidio, exclusión y papel de periferia en la economía mundial. Latinoamérica era sólo un mapa con sus divisiones geográficas. La Historia Oficial impregnó los libros de los cuáles se pretendía que aprendiéramos el relato tergiversado tanto en la heurística como en la hermenéutica, escrito por la pluma de los representantes de la clase dominante. Yo me acostumbré a crecer viendo a los Presidentes de mi Nación en sets de televisión (la TV de la banalidad y la mercantilización de la vida) porque los políticos se subordinaron a las corporaciones y dentro de ellas las mediáticas fueron las que más se fortalecieron transformando a la política en un revólver apoyado en las sienes del pueblo. Toda esa parafernalia se creó para negarnos como ciudadanos con derechos plenos y reducirnos a las fichas de ajedrez de las grandes corporaciones, con su relato uniforme, su pretensión de objetividad, su discurso de “modernización” y “progreso”. Nos negaron, nos redujeron, nos simplificaron, nos amputaron, nos quitaron nuestra diversidad con la imposición de su lenguaje.
Sé que corro el riesgo de cansar al lector, pero soy hija de los despidos masivos, de las fábricas cerradas, del exilio de los miles que ya no creían en nada, de la protesta social reprimida, de los elevados índices de indigencia, del trueque como forma de subsistencia, de las decenas de muertos en la represión del 2001 con un radical huyendo en helicóptero, de los saqueos de Duhalde y de Kosteki y Santillán, muertos por luchar.
Todo esto no es más que el conjunto de marcas de una Argentina dominada por el neoliberalismo y lo que este sistema económico, social, político y cultural implicó para desembocar en el estallido de comienzos del nuevo milenio. Yo tenía tan sólo 15 años y recuerdo que los sentimientos que me invadían eran de profunda desazón y miedo. El dinero se fugaba, la marginalidad crecía, la dignidad se nos resquebrajaba, la depresión aumentaba y desde sus madrigueras el poder celebraba aquella guerra de pobres contra pobres.
Algo comenzó a cambiar a partir de 2003 cuando ese desconocido del Sur vino a calentar la política. Con el 22 por ciento de los votos tuvo que hacer sus primeros malabares en un país con altísima deuda externa y deuda social. Recibió el mando de un traidor al peronismo, pero supo desmarcarse a tiempo. Eso es lo que Eduardo Duhalde no toleró jamás, que ese pingüino insolente comenzara a definir un rumbo con claro oscuros, cuando antes sólo había oscuridades. Que comenzara a poner en la escena pública una serie de cuestiones que fueron banderas históricas y, sobre todo, la voluntad de ir reconstruyendo este país sin las recetas y los designios de las grandes corporaciones y el poder económico.
Se fue el hombre que le dijo “NO” al ALCA, que fue uno de los pilares para la construcción de una nueva mirada sobre nuestra identidad latinoamericana y el inicio de la unidad de la región, el que se puso al hombro la lucha por los derechos humanos que seguían vulnerados en el presente por las políticas genocidas del pasado, el que recuperó el empleo y nos quitó el yugo del FMI renegociando y saldando deuda externa, el que recuperó, acrecentó y estabilizó las cuentas públicas, el que plantó bandera en su batalla contra los monopolios mediáticos. Un día se le acabo la paciencia al presidente que, como todos los gobiernos que lo precedieron, tuvo que pactar con las empresas de medios para que el espectro del poder económico se siguiera favoreciendo y, como contrapartida, obtener buenos tratamientos mediáticos. En ese juego despiadado, luego de políticas económicas que propendieron a la estabilidad macroeconómica del país, la profundización del proyecto necesitó inexorablemente tocar intereses que reacomodaran la distribución económica y de poder en la Argentina. ¿Quién como Néstor para irritar al poder mediático con su “¿Qué te pasha, Clarín, estás nerviosho?” o para suscitar las pérfidas notas de Morales Solá, Mariano Grondona, Pagni, Kirschbaum, Van der Kooy o Escribano? ¿Quién como él para que esos intelectuales y periodistas que habíamos leído o estudiado en la facultad y que se jactaban de progresistas como Beatriz Sarlo, Silvina Walger, Jorge Lanata, Magdalena Ruíz Guiñazú, Ernesto Tenembaum, Martín Caparrós nos parecieran unos cínicos o unos estúpidos? ¿Quién como Néstor para recibir los dardos de una progresía pinosolanista que rayana con el juicio deshonesto (y a esta altura traidor) y de una izquierda abstracta que juega a desconocer y descalificar el mandato popular y confunde los enemigos?
Ese proceso político iniciado en 2003 fue depositando semillas en el cuerpo social, cuyos progresivos frutos le fueron cambiando la cara y el alma a la Argentina. Pero en 2003, 2004, 2005 y hasta 2007 yo no podría haber escrito lo que hoy este sentimiento profundo, esta convicción ferviente me llevan a escribir. La dialéctica de este proceso hizo que la juventud desencantada vaya encontrando de a poco su manera de confrontar los discursos heredados de la vieja política y los de esta nueva etapa. Ese recorrido no fue patrimonio exclusivo de la juventud, miles de hombres y mujeres comenzaron a reconocerse y sentirse representados en una nueva forma de hacer política que, sin duda, se mezclaba con las viejas, con aquellas que todavía luchamos por superar, pero esta cuestión no debilita ni opaca las victorias que se fueron conquistando. Muchas de estas personas, que vivieron el peronismo de Evita y Perón, que soportaron la proscripción, la represión, la persecución y los duros momentos del neoliberalismo volvían a sentirse esperanzados con un gobierno.
Mi primer voto presidencial fue para Cristina Kirchner, un voto con convicción pero a puertas cerradas. Por aquel tiempo, ya la batalla con los grandes medios de comunicación había sido declarada y un clima de desprecio hacia el gobierno se instaló impulsado por la balacera de discursos ruines agitados desde los medios de comunicación que no estaban dispuestos a perder un gramo de su poder. Y aquí me detengo para hacer una aclaración: no era que el gobierno le había declarado la guerra a ninguna prensa independiente, sino que, por primera vez en la historia, un gobierno asumía la tarea de democratizar el espectro de la comunicación monopolizado por las empresas de multimedios que siempre jugaron en contra del pueblo, anteponiendo sus intereses al derecho a la información.
Todavía costaba muchísimo salir a bancar públicamente a este gobierno, por vergüenza, por la instalación de un clima supuestamente mayoritario y opositor, por falta de experiencia, por dudas. Para muchos un punto de quiebre fue el conflicto con las patronales agropecuarias en 2008. Nacimos nuevamente, pero como militantes del proyecto nacional y popular gracias a esa confrontación de intereses y la puesta en superficie de claras intenciones destituyentes por parte de los medios concentrados, un espectro del gran sector empresarial y un sector del arco opositor. Los movimientos populares, las organizaciones sociales, de derechos humanos, los trabajadores, los pensadores y hombres y mujeres de la cultura nacional y popular comenzaron a convocarse contra el gesto destituyente. También un grupo de intelectuales, con Nicolás Casullo a la cabeza, fundaron Carta Abierta, para echar un poco de luz en medio de tanta saña.
Otro punto de quiebre lo constituyeron las elecciones legislativas de 2009, cuando el sector que se creyó triunfante proclamó “la muerte y el fin del kichnerismo”. Por el contrario, el gobierno salió a jugar sus cartas más fuertes, se complejizó y dinamizó con la sanción de una Ley de Medios a la que abrazamos como utopía posible, como bandera sagrada y la Asignación Universal por Hijo que logró recuperar a una porción importante de nuestros pibes garantizando su educación y salud. La movilidad jubilatoria, previa recuperación de los fondos de los trabajadores de las manos de las privadas AFJP, permitió dos aumentos por año a nuestros mayores. En el campo mediático, un “programita marginal” en la televisión pública comenzó a ser el espacio de una persistente militancia: el surgimiento de 678 nos quitó el espantoso sentimiento de sentirnos solos en nuestro pensamiento y a la deriva. 678 simplemente nos mostró, nos visibilizó, dio cuenta de nuestra existencia. Las masivas marchas autoconvocadas, por los derechos humanos, por los pueblos originarios, por el matrimonio igualitario, por la defensa de la democracia y de una manera de consolidarla sólo fueron posibles en el marco de esta nueva etapa.
¿Cómo va a extrañarme entonces el injusto dolor que nos abraza? ¿Cómo puede sorprenderme el cariño de los miles y miles que desfilamos durante tres días y muchísimas horas para despedir a Néstor, para agradecerle, para darle fuerzas a Cristina y transmitirle la convicción de la lucha del pueblo por la defensa irrestricta de este proyecto nacional y popular?
Los que ahora se dan cuenta de que Néstor era un buen tipo, fue un buen Presidente y ocupaba un lugar estratégico como diputado nacional, presidente del Partido Justicialista y Secretario General de la Unión de Naciones Suramericanas se perdieron una parte imprescindible de nuestra historia reciente y de la pasión militante que la impulsó. Bienvenidos sean los reconocimientos, pues la historia tiene ejemplos vastos de fatalidades e injusticias. Pero necesitamos que ese reconocimiento se transforme en acción política o, como dijo José Pablo Feinmann, que las lágrimas de esas personas no se sequen demasiado rápido.
También hay el repugnante cinismo de parte de la dirigencia opositora y del espectro mediático que intentaron horadar y desgastar cuanto pudieron a Néstor Kirchner, comparándolo con la derecha más rancia del menemismo o atribuyéndole tintes de fascismo y hoy “descubren” en él a un estadista, a un militante, a un político de tiempo completo, a un hombre con convicciones e ideales, a un apasionado de la política. De esos traidores jamás nos olvidaremos y no porque seamos “violentos,” como el despreciable Morales Solá escribe desde su púlpito, sino porque apostamos a una sociedad con justicia social, con memoria, con verdad y honestidad. Por eso es que luchamos para desenmascarar los planteos llenos de mentiras, de vicios ideológicos tanto a la derecha como a la izquierda. ¿O acaso no es violencia la mentira, la tergiversación de los actos de gobierno? ¿No fue violencia el lock out patronal del sector más conservador? ¿No es violencia que los grandes medios nos hayan ignorado todo este tiempo y que hoy no tengan más opción que titular en sus últimas tiradas y en sus noticieros que una multitud despide a Kirchner con dolor? ¿No fue y sigue siendo violencia la complicidad y los negociados de esos mismos medios con la dictadura genocida, y su participación en la apropiación de niños de desaparecidos? ¿No se considera violencia que el vicepresidente votado junto con Cristina por todos los que queríamos continuar su proyecto sea el traidor de sus electores y su plataforma y que no considere renunciar, entorpeciendo a cada paso la ejecución de las políticas del ejecutivo del que forma parte?¿No es violencia el reduccionismo a que someten a quienes nos convocamos en las plazas, en las calles, considerándonos vendibles por una choripán, un plan social y atendiendo a esos acontecimientos tan sólo para ponernos el rótulo de “caos de tránsito”?
A partir de que se supo la noticia la Plaza de Mayo comenzó a llenarse. Los y las censistas que militaban o sentían alguna simpatía se enteraron en las peores condiciones; en muchos casos en hogares donde la noticia era celebrada. Algunos barrios paquetes fueron testigo de la algarabía de sus vecinos que con bocinazos y banderas festejaron la muerte física corroídos por su odio de clase o su imbecilidad congénita o adquirida.
Mis viejos y yo lloramos como si se nos hubiera muerto un padre, un amigo, un hermano. Nos invadió el miedo por Cristina, por nosotros. Lloramos porque era injusto, porque él era necesario, porque no podía ser. Y no se trata del paternalismo del líder que vuelve ineptos e imbéciles a sus hijos, ésta era una relación de liderazgo donde los representados y los seguidores supimos luchar para conquistar nuestros propios derechos apoyando cuando tuvimos que estar, con las herramientas que Kirchner nos ayudó a conquistar. En este sentido, la repudiable Carrió ya no podrá disparatar con sus delirios fascistas: a Néstor nadie lo colgó en la plaza pública (aunque Carrió mucho lo hubiera deseado) su pueblo lo lloró desconsolado, lo homenajeó, le cantó, le agradeció y estuvo junto a él hasta su morada física definitiva, porque su otra morada está en nuestros corazones y vivirá en nosotros en cada lucha por profundizar los cambios que él inició.
Lloramos por incertidumbre, por el escenario electoral que se avecina y en el que todos los que bancamos el proyecto habíamos puesto las fichas en el pingüino, el que jamás se alejó de la política siendo ex presidente y nos enorgulleció con su papel en la UNASUR, elegido como secretario por unanimidad de sus miembros. El pingüino se despidió de la juventud sin pronunciar una palabra, pero haciéndose presente en el acto del Luna Park a días de su intervención quirúrgica. Allí estuvimos, porque él hizo que las calles ya no fueran una emboscada para los militantes, para las personas agrupadas o sueltas que quieren manifestar apoyo o repudio. Néstor Kirchner volvió a colocar a la política en la escena pública, en las calles, en el lugar de donde nunca debió salir; revalorizando así la participación del pueblo. Néstor volvió a colocar la política, con pasión, en nuestros corazones; entendimos que nadie es ajeno a lo que sucede en ese plano, que todos estamos atravesados por la política y es hora de que sepamos asumir la responsabilidad que nos cabe.
Lloramos porque a Cristina se le fue su compañero, porque era una dupla magnífica, pero en ningún momento dudamos de la capacidad de esta mujer que comenzó la profundización y la distribución de la riqueza que Néstor no llegó a concretar. Porque esta yegua (como la bautizaron los odiosos, pero que nosotros supimos dar vuelta el significado) esta leona, esta mujer coraje es un cuadro militante y político importantísimo que ha dado batallas desde el Senado y ahora desde la presidencia. Y las seguirá dando junto a nosotros.
Al llegar a la plaza la sola multitud abrazó nuestra angustia, la matizó de alegría y emoción por la masiva y diversa composición de la participación. Se confundía el llanto con los cantos y aplausos, el flamear de las banderas argentinas y de agrupaciones con las banderas pintadas con agradecimientos y los carteles en alto. Las vallas se llenaron de flores, de papelitos con mensajes de apoyo, cartas, fotos, rosarios y cintas. Un grupo de mujeres sostenían velas dentro de vasitos de plástico con la mirada empañada y suspendida en el silencio. Una pequeña escalinata fue llenada con las cálidas lucecitas de las velas blancas dispuestas en fila y una cartulina que decía “simplemente gracias Néstor Kirchner, tus militantes”. Tanto el miércoles como el jueves, los dos días en que presencié y palpité los acontecimientos, vi casquitos de trabajadores entre las cabecitas que zigzagueaban atravesando la multitud, padres con bebes y niños, una desbordante juventud y gente mayor, muy mayor, desafiando el cansancio, la tristeza y las largas horas de espera. Gente de Buenos Aires y los que se tomaron el micro para venir desde sus provincias. Gente de clase popular y de sectores medios, los rubios y los morochos, los agrupados y los sueltos, las familias enteras o los que pudieron. Los taxistas nac&pop que no escuchan radio 10, los estudiantes, las amas de casa, los jubilados, hombres de la cultura, actores y actrices, periodistas, músicos, comediantes.
Una enorme figura de Evita descamisada se balanceaba con el viento y tenía una cinta negra en su pecho. En la pirámide de Mayo se desplegaba la figura del Eternauta de Oesterheld con la cara de Néstor: el “Nestornauta” como lo bautizó la juventud que esperó ansiosa el acto del Luna.
Fueron horas, muchas horas de espera para llegar al interior del Salón de los Patriotas Latinoamericanos donde fue velado Néstor. Cuadras y cuadras de presencia popular, sensación de infinidad. La presencia de los mandatarios de la región fue, nuevamente, un acto de confirmación de esta nueva etapa en América Latina. No se trató de una formalidad protocolar sino de un genuino y sentido dolor, afecto y necesidad de acompañar; así como Néstor y Cristina acompañaron y se pusieron al frente en cada conflicto suscitado en la región, diciéndole a los gorilas y a los imperialistas “NUNCA MÁS” golpes de Estado. Elevando el valor democrático por encima de todo. Evo Morales dijo que Latinoamérica había quedado huérfana, muchos coincidieron en que venían a despedir a un gran patriota y a un amigo.
Los cantos y la contención que nos brindamos entre todos nos permitieron atravesar esas horas de larga espera, tan sólo por estar un par de segundos dentro del salón brindando apoyo y reconfirmando este camino. Entendimos que el dolor colectivo nos ayuda a convertir la tristeza en militancia, nos reconforta reconocernos en la masa diversa y heterogénea atravesada por un mismo sentimiento de pesar, pero también de ganas de no abandonar la lucha. Que no se confundan, nadie fue allí a dar un paseo o a conocer la Rosada como se dijo. Nuestra unión en estos tres días de despedida nos habló de solidaridad, fortaleza, paciencia, compañerismo y militancia.
Así como fui hija de los 90 y de la desmovilización puedo decir, como muchos, que volví a nacer como una persona con nuevas visiones, perspectivas, compromiso y convicciones. Ese renacer se inscribe en el proceso que se inicia en 2003, en la certeza de saber que se puede y de que para ello debemos estar más juntos y unidos que nunca. Por la liberación de la patria, por la justicia social, por nuestra Latinoamérica unida.
No me caben dudas de que viniste a ofrecer tu vida y tu corazón…
Gracias por todo pingüino!!!
Néstor Vive!!! Con Cristina y el pueblo a la Victoria!!!