"El arte de nuestros enemigos es desmoralizar, entristecer a los pueblos. Los pueblos deprimidos no vencen. Por eso venimos a combatir por el país alegremente. Nada grande se puede hacer con la tristeza." Parece que el sentido de esta frase se hizo eco en el mencionado Correa cuando dijo: “quitándonos la alegría nos quitan la motivación, el autoestima”. Así también se expresó la cantante Soledad cuando se refirió a la alegría merecida del pueblo y Fito Paéz cuando celebró que los argentinos saliéramos a las calles y volviéramos a “pertenecer”. La trayectoria del reencuentro ha sido difícil, pero quizá hoy caemos en la cuenta de que, junto a nuestros bienes materiales, las crudas huellas de la historia que zanjaron nuestras identidades por el accionar de administraciones políticas, imperios económicos y financieros, represiones físicas y simbólicas e injusticias, nos fueron privando progresiva y brutalmente de los bienes más preciados para la lucha de un pueblo: la esperanza y la alegría.[Image] Hay quienes en la óptica puramente instrumentalista de la política se niegan a reconocer las matrices simbólicas, las sensibilidades de las luchas, esperanzas y sueños que componen lo humano. Hay quienes piensan que la felicidad es un subproducto de las conquistas materiales y la mejor distribución que debe hacer la política y consideran como forma macabra de manipulación (el “populismo” en su concepción peyorativa) de un Gobierno si éste le brinda al pueblo algo parecido al goce de la alegría. Yo creo, al contrario, que la alegría debe ser parte constitutiva de la lucha, que no puede asociarse tan sólo a la obtención de la conquista, pues para conquistar el objeto de la lucha la alegría actua como plataforma, como fuerza que impulsa y, sin la cual la realidad nos aprisiona cual mortaja. Quienes estuvieron lejos de estas matrices sensibles, simbólicas y del sentimiento que envolvieron al gran protagonista indiscutido que fue el pueblo, fueron sin duda ciertos escritores-periodistas legimitados por el sistema mediático. Son casos caricaturescos, pero que con sus discursos llegan a construír un emisor por el que es fácil sentir pena. Hay algo en ellos que no les ha permitido entender nada y, aún así, tuvieron la osadía de escribir sobre el festejo. Uno puede comprender el shock que este acontecimiento les provocó, pero no tuvieron el decoro de abstenerse del absurdo de tales papelones. Quizá sea que ellos mismos están ajenos a la densidad del sentir de ese pueblo y también, evidentemente, de la alegría. La lamentable columna de Pepe Eliaschev, en Pefil, titulada Patriotismo deja al descubierto la necesidad imperiosa de nuevas voces (o de que algunos periodistas se jubilen, aunque si de refutarlo se trata “para muestra basta un botón”). Al leerlo tuve la impresión de encontrarme ante aquella imágen del antiperonista rabioso escandalizado por la presencia en las calles del “aluvión zoológico” peronista que conquistaba densidad política. Veamos qué dijo. “Lejos de la pompa acosadora, mutantes y buscas patrullan con displicencia la “Ciudad Bicentenarizada”. El estruendo hiriente que envuelve al Centro suscita la respuesta despreciativa de un sarcasmo sordo. Las gentes van y vienen, rodeadas de un pronunciado aire de ajenidad. Los fastos encarados a alto costo para celebrar los famosos doscientos años del país no los afectan, ni tampoco interpelan. En varios sentidos, las muchedumbres porteñas miran de reojo y con fastidio el desparramo en una ciudad colapsada por preparativos de gruesa teatralidad[...] Ruidosos, beligerantes, invasivos, los bondis marchan a paso de hombre, paragolpe contra paragolpe. Nadie entiende por qué, ni para qué tamaño desbarajuste, pero por todas partes un patrioterismo banderillero y desfachatado pretende justificar el desorden, como si esta gestualidad callejera tan desaforada fuese equivalente a la exaltación de nobles ideas nacionales. Esas gentes caminan a mi lado, rozan o chocan sus cuerpos, enajenados y miran sin ver nada. Habitan este tablado nacional de fines de la segunda centuria. ¿Estamos molestos? Claro que sí[...] Sentadas en cuclillas, a la manera andina, personas ataviadas como indígenas del Altiplano venden objetos, supuestamente artesanales, exhibidos en sus mantas en la esquina, supuestamente peatonal, de Avenida de Mayo y Perú. Para acentuar su apariencia de habitantes legítimamente originarios, beben mate y fuman unas imponentes pipas, junto a la legendaria confitería London eternizada por Julio Cortázar en Los premios, sitio otrora encantado en apasionantes tiempos ya idos. “
Pobre Pepe, la masividad de gente alegre por las calles festejando la cultura popular en nuestros 200 años argentinos es mucho para su refinado y elitista gusto por el “orden”. Otro que no entendió nada (otra vez) fue Alfredo Leuco en el mismo diario Perfil. Respiro profundo, ahí voy.
“Nadie debe sorprenderse. El Bicentenario, en lugar de convertirse en un símbolo de unidad y cohesión nacional, va a expresar como nunca desde 1983 la fractura expuesta de una sociedad envenenada por el odio. Perón sentenció que el año 2000 nos iba a encontrar unidos o dominados. Unidos no estamos salvo en la intención de ver caído al otro, al que piensa distinto y transita por la otra vereda. El principal responsable de esta tragedia que va a costar años suturar es a todas luces Néstor Kirchner “ Y para no ser menos, otro columnista de Perfil (medio que en mi arbitraria elección se lleva todos los premios al descaro), Enrique Zsewach sentencia “el fracaso del Bicentenario”: “Los cien años que median entre el primero y el segundo centenario de la Revolución de Mayo no han sido los mejores para la Argentina. “
Ante este tipo de discursos, debo reconocer que los grandes medios audiovisuales que nos tienen acostumbrados a “todo negativo” tuvieron que reconocer el éxito de la masiva e inesperada convocatoria, símbolo de una interpelación real del acontecimiento, interpelación que puede hablarnos de diferentes motivos y experiencias que atravesaron a cada concurrente, pero que fue efectiva en su rol cohesionador que estallaba en cada canción popular y en el himno nacional. Más allá de hacer lo posible para empalidecer el acontecimiento, su devenir les hizo torcer el rumbo y, con sonrisas y ánimos más o menos impostados, tuvieron que hacerse cargo del discurso de la multitudinaria y plural fiesta. Por los pasillos del apocalipsis siguen circulando los descarriados, aunque aparenten bajar los desiveles. La misma Carrió en declaraciones recientes reconoció la fiesta multitudinaria y felicitó al Gobierno, pero el bocadillo de considerar que en épocas de crísis hay mayor movilización desemboca en lo que creo una comparación desgraciada y por demás errada. Mientras los efectos de la crisis mundial está desmembrando a los países de Europa y Estados Unidos con diferentes grados de convulsión, Argentina festeja, en un clima de fraternidad y movilidad social para muchas capas del conurbano que asistieron, el Bicentenario argentino con una puesta histórico-simbólica que pocos podrán olvidar. Pero en algo hay que darle la razón a Carrió: estamos en crisis, pero es una crisis de los relatos, un cuestionamiento del estado de cosas existentes, de los paradigmas reinantes e incuestionados. El mediatizado empresario devenido figura de la videopolítica, Francisco De Narváez, en medio de sus movimientos para conseguir una candidatura presidencial que encuentra su obstáculo en su procedencia colombiana, se dice y desdice acerca de esta fiesta popular. En la reapertura del Colón declaró que no le gusta, pero la evidencia de los hechos hizo que el viento no soplara a su favor y negó rotundamente esos dichos días después con otro periodista. Otras figuras de la política y del periodismo seguirán sacándonos canas verdes en su afán de capitalizar el significado de las presuntas consecuencias de este acontecimiento; pero, como dijo en el editorial de su programa radial de hoy Eduardo Aliverti, nunca se preguntarán por sus causas. Magdalena Ruíz Guiñazú y otros seguirán pensando que el pueblo masivamente reunido en las calles “habló” y le dió “una señal” al gobierno (las señales del pueblo no las sé, las de Magdalena sí, quizá ella lo tenga más en claro porque en su recurrente “crispación” se eleva como intérprete de la opinión pública). Queda todo por hacer en este Bicentenario. Uno de los principales retos es sobrevivir día a día escapando del laberíntico precipicio en que nos sumergen los discursos mediáticos y mediatizados de la “crispación”, de los jinetes que buscan cortar la cabeza a la práctica política y pretenden hacerla ajena a la gente, separando política de construcción de ciudadanía. Flota en el aire desde ya hace mucho tiempo un discurso evanescente que propicia el desprecio por la política y la desmovilización (como periodo más significativo conviene mencionar de la última dictadura a nuestros días). Y es que si algo no se puede soslayar es el hecho de que la política es el conjunto de prácticas y decisiones transformadoras que atraviesan nuestras vidas con todas sus consecuencias positivas y negativas, pero las vidas de todos, sin dejar a nadie fuera. Política muchas veces subsumida a un área semántica de desprestigio por todos aquellos que trocaron la política para hacer proliferar la mentalidad de gestores y administradores, más típicos a la conducción de empresas que aptos para dirigir los destinos libres y soberanos de un país. Y es que esta historia la conocemos, la trama del neoliberalismo fue convertir el Estado en una empresa que vomitaba dominados y desocupados en nombre del capital. La política desnuda de todos sus ropajes épicos, libertarios, democráticos, de trabajo por la igualdad y la distribución de bienes materiales, culturales y simbólicos para un país más equitativo.
Muchos no estarán de acuerdo, pero el periodo abierto en 2003 nos hace partícipes de un nuevo interés por la política que ha recuperado esos ropajes, que ha sabido interpelar, con todas sus contradicciones, a muchos jóvenes y reconquistar a los mayores que habían vivido los procesos políticos que los llevaron a una montaña rusa en donde pasaron de la efervescencia política social de las luchas épicas de los años peronistas y los 60-70, al vertiginoso descenso a los años de proscripción, represión, falta de libertad, dictadura y crímenes de Estado, con toda la desilusión y desencanto que albergó en sus corazones.
Y es por eso que me atrevo a decir y aseverar que las marcas de un proceso político quedan inscriptas en la masa del pueblo que las celebra o las padece. Y en ese sentido, no puedo dejar de indicar una observación que hoy me costó varias críticas entre quienes no quieren mezclar “expresión del pueblo” y política (“cosa sucia”, divisionista, corrupta según el imaginario forjado por los “gestores de la eficacia de mercado “ y algunos malos políticos que le dieron mala fama a la única práctica_la política_que nos permite la transformación en democracia) Entre los cientos de miles de concurrentes a la fiesta del Bicentenario, advertimos con mi amiga la presencia de mucha gente proveniente del conurbano e interior. Las imágenes de los chicos de esas familias, tan bien vestidos, disfrutando de alguna comida y alegres me hizo pensar si allí no estaba actuando la asignación universal por hijo con que el Gobierno benefició a más de tres millones de niños. ¿Por qué no podría pensarlo, si esta misma medida aumentó un 25% la matrícula de las escuelas públicas y permitió bajar los niveles de indigencia? ¿Acaso es tan descabellado o una mezcla sin sentido relacionar la posibilidad familiar de la llegada a capital de mucha gente del conurbano y el interior, ocupando un espacio tradicionalmente porteño y refinado para ver un espectáculo de cultura popular, con las medidas específicas de un gobierno específico que posibilitó el desenvolvimiento de tal fiesta y el acceso gratituito a ella? ¿Es tan irracional relacionar la posibilidad de este encuentro maravilloso con una coyuntura política específica? ¿Esto se hubiera podido hacer en las condiciones en que se dió, con la talla y calidad estética en que se realizó, con la alegría con que se manifestó, con la libertad de opinión y pensamiento en que se desarrolló en gobiernos como los de Videla, Ménem, De La Rúa, Duhalde con los diversos contextos de derrumbe social, económico, cultural y político con que se caracterizaron? Yo, como muchos, no fui al Bicentenario como una tabla rasa, desprovista de premisas, de creencias, de ideales, de conceptos, de visiones de mundo. Más allá de la característica aglutinadora del festejo, de nuestra patria común, nadie puede dejar su visión de mundo o su bandera política en el cajón y partir al Bicentenario. Éste es un acontecimiento profundamente político, de disputas encontradas por rumbos de país, con discusiones acerca de los incluídos y los excluidos, de los modelos económicos, las relaciones con el exterior, la definición de lo que entra o no entra en el concepto de “cultura”, “arte”, “ser argentino”. Esas mismas disputas y los ideales incumplidos de los hombres de mayo de 1810, así como los que murieron a lo largo de la historia por sus justos ideales y por estar junto a los oprimidos, pasando inevitablemente por el recuerdo desgarrador pero vivo de muchos compañeros detenidos-desaparecidos y las víctimas de todo tipo de injusticias y violaciones, son las disputas que hoy se renuevan y vitalizan, que cobran otro color a la luz de nuevos contextos y que necesitan de nuestra vocación y acompañamiento para convertir en verdades todas las independencias que nos faltan.
Miles de los que vibramos sintiéndonos pueblo somos concientes de que lo que se juega en estas épocas son determinados proyectos de país. Y muchos ya vislumbramos el camino a seguir, pese a la opacidad de ciertos procesos y la obviedad impune e insoportable de tantas injusticias
Pobre Pepe, la masividad de gente alegre por las calles festejando la cultura popular en nuestros 200 años argentinos es mucho para su refinado y elitista gusto por el “orden”. Otro que no entendió nada (otra vez) fue Alfredo Leuco en el mismo diario Perfil. Respiro profundo, ahí voy.
“Nadie debe sorprenderse. El Bicentenario, en lugar de convertirse en un símbolo de unidad y cohesión nacional, va a expresar como nunca desde 1983 la fractura expuesta de una sociedad envenenada por el odio. Perón sentenció que el año 2000 nos iba a encontrar unidos o dominados. Unidos no estamos salvo en la intención de ver caído al otro, al que piensa distinto y transita por la otra vereda. El principal responsable de esta tragedia que va a costar años suturar es a todas luces Néstor Kirchner “ Y para no ser menos, otro columnista de Perfil (medio que en mi arbitraria elección se lleva todos los premios al descaro), Enrique Zsewach sentencia “el fracaso del Bicentenario”: “Los cien años que median entre el primero y el segundo centenario de la Revolución de Mayo no han sido los mejores para la Argentina. “
Ante este tipo de discursos, debo reconocer que los grandes medios audiovisuales que nos tienen acostumbrados a “todo negativo” tuvieron que reconocer el éxito de la masiva e inesperada convocatoria, símbolo de una interpelación real del acontecimiento, interpelación que puede hablarnos de diferentes motivos y experiencias que atravesaron a cada concurrente, pero que fue efectiva en su rol cohesionador que estallaba en cada canción popular y en el himno nacional. Más allá de hacer lo posible para empalidecer el acontecimiento, su devenir les hizo torcer el rumbo y, con sonrisas y ánimos más o menos impostados, tuvieron que hacerse cargo del discurso de la multitudinaria y plural fiesta. Por los pasillos del apocalipsis siguen circulando los descarriados, aunque aparenten bajar los desiveles. La misma Carrió en declaraciones recientes reconoció la fiesta multitudinaria y felicitó al Gobierno, pero el bocadillo de considerar que en épocas de crísis hay mayor movilización desemboca en lo que creo una comparación desgraciada y por demás errada. Mientras los efectos de la crisis mundial está desmembrando a los países de Europa y Estados Unidos con diferentes grados de convulsión, Argentina festeja, en un clima de fraternidad y movilidad social para muchas capas del conurbano que asistieron, el Bicentenario argentino con una puesta histórico-simbólica que pocos podrán olvidar. Pero en algo hay que darle la razón a Carrió: estamos en crisis, pero es una crisis de los relatos, un cuestionamiento del estado de cosas existentes, de los paradigmas reinantes e incuestionados. El mediatizado empresario devenido figura de la videopolítica, Francisco De Narváez, en medio de sus movimientos para conseguir una candidatura presidencial que encuentra su obstáculo en su procedencia colombiana, se dice y desdice acerca de esta fiesta popular. En la reapertura del Colón declaró que no le gusta, pero la evidencia de los hechos hizo que el viento no soplara a su favor y negó rotundamente esos dichos días después con otro periodista. Otras figuras de la política y del periodismo seguirán sacándonos canas verdes en su afán de capitalizar el significado de las presuntas consecuencias de este acontecimiento; pero, como dijo en el editorial de su programa radial de hoy Eduardo Aliverti, nunca se preguntarán por sus causas. Magdalena Ruíz Guiñazú y otros seguirán pensando que el pueblo masivamente reunido en las calles “habló” y le dió “una señal” al gobierno (las señales del pueblo no las sé, las de Magdalena sí, quizá ella lo tenga más en claro porque en su recurrente “crispación” se eleva como intérprete de la opinión pública). Queda todo por hacer en este Bicentenario. Uno de los principales retos es sobrevivir día a día escapando del laberíntico precipicio en que nos sumergen los discursos mediáticos y mediatizados de la “crispación”, de los jinetes que buscan cortar la cabeza a la práctica política y pretenden hacerla ajena a la gente, separando política de construcción de ciudadanía. Flota en el aire desde ya hace mucho tiempo un discurso evanescente que propicia el desprecio por la política y la desmovilización (como periodo más significativo conviene mencionar de la última dictadura a nuestros días). Y es que si algo no se puede soslayar es el hecho de que la política es el conjunto de prácticas y decisiones transformadoras que atraviesan nuestras vidas con todas sus consecuencias positivas y negativas, pero las vidas de todos, sin dejar a nadie fuera. Política muchas veces subsumida a un área semántica de desprestigio por todos aquellos que trocaron la política para hacer proliferar la mentalidad de gestores y administradores, más típicos a la conducción de empresas que aptos para dirigir los destinos libres y soberanos de un país. Y es que esta historia la conocemos, la trama del neoliberalismo fue convertir el Estado en una empresa que vomitaba dominados y desocupados en nombre del capital. La política desnuda de todos sus ropajes épicos, libertarios, democráticos, de trabajo por la igualdad y la distribución de bienes materiales, culturales y simbólicos para un país más equitativo.
Muchos no estarán de acuerdo, pero el periodo abierto en 2003 nos hace partícipes de un nuevo interés por la política que ha recuperado esos ropajes, que ha sabido interpelar, con todas sus contradicciones, a muchos jóvenes y reconquistar a los mayores que habían vivido los procesos políticos que los llevaron a una montaña rusa en donde pasaron de la efervescencia política social de las luchas épicas de los años peronistas y los 60-70, al vertiginoso descenso a los años de proscripción, represión, falta de libertad, dictadura y crímenes de Estado, con toda la desilusión y desencanto que albergó en sus corazones.
Y es por eso que me atrevo a decir y aseverar que las marcas de un proceso político quedan inscriptas en la masa del pueblo que las celebra o las padece. Y en ese sentido, no puedo dejar de indicar una observación que hoy me costó varias críticas entre quienes no quieren mezclar “expresión del pueblo” y política (“cosa sucia”, divisionista, corrupta según el imaginario forjado por los “gestores de la eficacia de mercado “ y algunos malos políticos que le dieron mala fama a la única práctica_la política_que nos permite la transformación en democracia) Entre los cientos de miles de concurrentes a la fiesta del Bicentenario, advertimos con mi amiga la presencia de mucha gente proveniente del conurbano e interior. Las imágenes de los chicos de esas familias, tan bien vestidos, disfrutando de alguna comida y alegres me hizo pensar si allí no estaba actuando la asignación universal por hijo con que el Gobierno benefició a más de tres millones de niños. ¿Por qué no podría pensarlo, si esta misma medida aumentó un 25% la matrícula de las escuelas públicas y permitió bajar los niveles de indigencia? ¿Acaso es tan descabellado o una mezcla sin sentido relacionar la posibilidad familiar de la llegada a capital de mucha gente del conurbano y el interior, ocupando un espacio tradicionalmente porteño y refinado para ver un espectáculo de cultura popular, con las medidas específicas de un gobierno específico que posibilitó el desenvolvimiento de tal fiesta y el acceso gratituito a ella? ¿Es tan irracional relacionar la posibilidad de este encuentro maravilloso con una coyuntura política específica? ¿Esto se hubiera podido hacer en las condiciones en que se dió, con la talla y calidad estética en que se realizó, con la alegría con que se manifestó, con la libertad de opinión y pensamiento en que se desarrolló en gobiernos como los de Videla, Ménem, De La Rúa, Duhalde con los diversos contextos de derrumbe social, económico, cultural y político con que se caracterizaron? Yo, como muchos, no fui al Bicentenario como una tabla rasa, desprovista de premisas, de creencias, de ideales, de conceptos, de visiones de mundo. Más allá de la característica aglutinadora del festejo, de nuestra patria común, nadie puede dejar su visión de mundo o su bandera política en el cajón y partir al Bicentenario. Éste es un acontecimiento profundamente político, de disputas encontradas por rumbos de país, con discusiones acerca de los incluídos y los excluidos, de los modelos económicos, las relaciones con el exterior, la definición de lo que entra o no entra en el concepto de “cultura”, “arte”, “ser argentino”. Esas mismas disputas y los ideales incumplidos de los hombres de mayo de 1810, así como los que murieron a lo largo de la historia por sus justos ideales y por estar junto a los oprimidos, pasando inevitablemente por el recuerdo desgarrador pero vivo de muchos compañeros detenidos-desaparecidos y las víctimas de todo tipo de injusticias y violaciones, son las disputas que hoy se renuevan y vitalizan, que cobran otro color a la luz de nuevos contextos y que necesitan de nuestra vocación y acompañamiento para convertir en verdades todas las independencias que nos faltan.
Miles de los que vibramos sintiéndonos pueblo somos concientes de que lo que se juega en estas épocas son determinados proyectos de país. Y muchos ya vislumbramos el camino a seguir, pese a la opacidad de ciertos procesos y la obviedad impune e insoportable de tantas injusticias
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