Faltan pocos minutos para que se comience a tratar en el recinto de Senadores el proyecto de Ley de Matrimonio Igualitario. Al hacer un somero repaso por los canales de noticias, una multitud anaranjada me golpeó con violencia por sus consignas. Lo mio y lo de muchos que nos sentimos violentados, no es intolerancia; es la percepción y la convicción de que estos grupos están confundiendo las cosas llegando a un cínico juego de ser "los dueños de la verdad". Habiéndome criado y teniendo como meta la familia heterosexual no me jacto de poder sentenciar qué es una familia. Me ha tocado en suerte ser hija de dos padres maravillosos juntos hace 45 años y tener dos hermanos; pero podría no haber sido así y me siento lo suficientemente libre de pensamiento en este mundo como para aceptar la diversidad de familias existentes, familias que se definen por ser un seno de amor y protección y no por conformar la foto que se expone en el living.
Los senadores de la oposición, en su mayoría, cansan con su constante referencia al oficialismo como el oportunista que radicaliza el debate, negándole a la sociedad confusa que conozca que este proyecto es apoyado sólo por algunos oficialistas y que fue el Partido Socialista quien lo lleva como proyecto. Nos vienen a decir que hay una Confrontación "Iglesia-Gobierno" cuando se trata de una radicalización fundamentalista del discurso religioso contra una minoría que ha conseguido apoyos de otros sectores de la sociedad. Se dice que los grupos minoritarios en este debate han sido respetados, cuando con violencia se les dice a los homosexuales que no son familia, que no están capacitados para críar y en las marchas se desplegaron expresiones que conmueven por su odio.
Mucho antes de que las organizaciones homosexuales recibieran el apoyo parlamentario para imponer este tema en agenda, el arquetipo de familia tradicional ya se había venido abajo. Los homosexuales no quieren imponerle a los heterosexuales otra forma de vida y éstos parecen querer hegemonizar el discurso y vivir en la ilusión de la familia perfecta.
Pero para este tema elegí las palabras de una mujer que admiro para poner en escena un pensamiento rico y esclarecedor.
La tiranía de la Familia Tipo
Por Sandra Russo
Cada año, para junio, cuando se acerca el Día del Padre, en muchas casas sopla una brisa de angustia. La brisa de la falta. Sucede otro tanto, en otras casas, cuando llega el Día de la Madre. Esos son los días icónicos de la Familia Tipo, de cuya expulsión o deserción no pueden evadirse los que viven fuera de su aura. La tiranía de la Familia Tipo que se impone desde los soportes canónicos del imaginario social, es decir los medios y la publicidad, castiga a muchos inocentes. Los niños sin padre o sin madre, por ejemplo. O los que tienen padres o madres diferentes. Esos días tiene lugar el estigma.
Mientras en la vida real las familias experimentaron en los últimos cincuenta años cambios inimaginables, vinculados no sólo con la evolución de un tipo de pensamiento sino, además, con nuevas formas de producción capitalista, los soportes del imaginario social persisten en aferrarse a la Familia Tipo, convirtiéndola en un corset del que se escapan millones de personas que viven otras escenas.
En estos días, cuando se discute en el Senado la ley de matrimonio igualitario, desde los sectores confesionales arrecian las definiciones que presuponen a la familia humana de una sola forma y composición. De esas definiciones brota la idea de un hombre y una mujer uniéndose en matrimonio para procrear, y manteniéndose juntos para la crianza de los hijos. De esa ceñida, ahogada idea de familia “normal”, no quedan afuera solamente las parejas del mismo sexo que desean casarse y eventualmente también criar a sus hijos. Otros han quedado afuera antes. Los solteros, los viudos, los emocionalmente fracasados. Y es más: la Familia Tipo incluye en su nube de presunta plenitud a muchos infelices y a muchos depravados.
Cuando uno decide o no tiene más remedio que llevar su vida por carriles que no son los que desembocan en la aprobación de cada una de sus tías, siempre atraviesa, de alguna manera muy personal, un desprendimiento interno. Nos desprendemos de esas partes nuestras que no pondremos en juego.
En un intercambio frenético de correos que mantuvimos hace unos años con mi amigo, el bloggero y activista gay Christian Rodríguez, y que fue publicado en mi libro Amar y flirtear, revisábamos esa expresión que aparentemente sólo atañe a los homosexuales, “salir del ropero”. Era a partir de los estereotipos que puso en acción la película Secreto en la montaña. El debate era si se trataba de una película de amor, o de una película de amor gay. En las historias de amor que consumimos en los productos culturales, siempre se impone el obstáculo entre los amantes, y ese obstáculo es externo. Rico, pobre, negra, blanco, joven, viejo, odio entre familias, odio entre etnias, odio entre pandillas, la CIA y la KGB. En esa película, decía Christian, el obstáculo era interno y ése era su rasgo más fuerte. El obstáculo era la lucha subjetiva de cada uno, Ennis y Jack, entre lo que le pasaba y lo que no debía pasarle. Entre cada uno de ellos y el amor, lo que se interponía era la propia idea del amor, y su propia idea de sí mismos.
De allí surgió un análisis de qué significa ese closet, y la idea de que en un ropero está la ropa disponible y descartada. Todos tenemos un closet del que salimos cuando hemos decidido qué de nosotros vamos a defender como nuestra identidad, y qué partes disponibles descartaremos, porque “salir del ropero” implica, antes que nada, una renuncia a lo que no se elige ser.
También en ese diálogo se arribaba a la idea de que es del mundo homosexual, precisamente, desde el que nos han llegado, culturalmente en las últimas décadas, las noticias más vivas sobre el amor estable, sobre el deseo ferviente de construcción de familia. Son ellos y ellas las que están haciendo planteos de planificación familiar con una claridad cegadora. El de ellos y ellas es un planteo maternal y paternal que se sobrepone al narcisismo para fluir en el amor al hijo. Quieren asegurarse el destino del hijo si el padre o la madre adoptante llegaran a morir. Para eso necesitan casarse.
Sabemos, cuando abandonamos el barco de la Familia Tipo, que hay familia allí donde un niño o una niña, un hombre y una mujer, mujeres u hombres se sientan incondicionalmente amados. La hay donde hay ese tipo de afecto que no se pone a prueba, ni depende de los vaivenes de las personalidades.
Hay familia donde hay seguridad. Se habla muy poco de este tipo de seguridad, la afectiva, de la que dependen tanto las chances de nuestra felicidad.
Los senadores de la oposición, en su mayoría, cansan con su constante referencia al oficialismo como el oportunista que radicaliza el debate, negándole a la sociedad confusa que conozca que este proyecto es apoyado sólo por algunos oficialistas y que fue el Partido Socialista quien lo lleva como proyecto. Nos vienen a decir que hay una Confrontación "Iglesia-Gobierno" cuando se trata de una radicalización fundamentalista del discurso religioso contra una minoría que ha conseguido apoyos de otros sectores de la sociedad. Se dice que los grupos minoritarios en este debate han sido respetados, cuando con violencia se les dice a los homosexuales que no son familia, que no están capacitados para críar y en las marchas se desplegaron expresiones que conmueven por su odio.
Mucho antes de que las organizaciones homosexuales recibieran el apoyo parlamentario para imponer este tema en agenda, el arquetipo de familia tradicional ya se había venido abajo. Los homosexuales no quieren imponerle a los heterosexuales otra forma de vida y éstos parecen querer hegemonizar el discurso y vivir en la ilusión de la familia perfecta.
Pero para este tema elegí las palabras de una mujer que admiro para poner en escena un pensamiento rico y esclarecedor.
La tiranía de la Familia Tipo
Por Sandra Russo
Cada año, para junio, cuando se acerca el Día del Padre, en muchas casas sopla una brisa de angustia. La brisa de la falta. Sucede otro tanto, en otras casas, cuando llega el Día de la Madre. Esos son los días icónicos de la Familia Tipo, de cuya expulsión o deserción no pueden evadirse los que viven fuera de su aura. La tiranía de la Familia Tipo que se impone desde los soportes canónicos del imaginario social, es decir los medios y la publicidad, castiga a muchos inocentes. Los niños sin padre o sin madre, por ejemplo. O los que tienen padres o madres diferentes. Esos días tiene lugar el estigma.
Mientras en la vida real las familias experimentaron en los últimos cincuenta años cambios inimaginables, vinculados no sólo con la evolución de un tipo de pensamiento sino, además, con nuevas formas de producción capitalista, los soportes del imaginario social persisten en aferrarse a la Familia Tipo, convirtiéndola en un corset del que se escapan millones de personas que viven otras escenas.
En estos días, cuando se discute en el Senado la ley de matrimonio igualitario, desde los sectores confesionales arrecian las definiciones que presuponen a la familia humana de una sola forma y composición. De esas definiciones brota la idea de un hombre y una mujer uniéndose en matrimonio para procrear, y manteniéndose juntos para la crianza de los hijos. De esa ceñida, ahogada idea de familia “normal”, no quedan afuera solamente las parejas del mismo sexo que desean casarse y eventualmente también criar a sus hijos. Otros han quedado afuera antes. Los solteros, los viudos, los emocionalmente fracasados. Y es más: la Familia Tipo incluye en su nube de presunta plenitud a muchos infelices y a muchos depravados.
Cuando uno decide o no tiene más remedio que llevar su vida por carriles que no son los que desembocan en la aprobación de cada una de sus tías, siempre atraviesa, de alguna manera muy personal, un desprendimiento interno. Nos desprendemos de esas partes nuestras que no pondremos en juego.
En un intercambio frenético de correos que mantuvimos hace unos años con mi amigo, el bloggero y activista gay Christian Rodríguez, y que fue publicado en mi libro Amar y flirtear, revisábamos esa expresión que aparentemente sólo atañe a los homosexuales, “salir del ropero”. Era a partir de los estereotipos que puso en acción la película Secreto en la montaña. El debate era si se trataba de una película de amor, o de una película de amor gay. En las historias de amor que consumimos en los productos culturales, siempre se impone el obstáculo entre los amantes, y ese obstáculo es externo. Rico, pobre, negra, blanco, joven, viejo, odio entre familias, odio entre etnias, odio entre pandillas, la CIA y la KGB. En esa película, decía Christian, el obstáculo era interno y ése era su rasgo más fuerte. El obstáculo era la lucha subjetiva de cada uno, Ennis y Jack, entre lo que le pasaba y lo que no debía pasarle. Entre cada uno de ellos y el amor, lo que se interponía era la propia idea del amor, y su propia idea de sí mismos.
De allí surgió un análisis de qué significa ese closet, y la idea de que en un ropero está la ropa disponible y descartada. Todos tenemos un closet del que salimos cuando hemos decidido qué de nosotros vamos a defender como nuestra identidad, y qué partes disponibles descartaremos, porque “salir del ropero” implica, antes que nada, una renuncia a lo que no se elige ser.
También en ese diálogo se arribaba a la idea de que es del mundo homosexual, precisamente, desde el que nos han llegado, culturalmente en las últimas décadas, las noticias más vivas sobre el amor estable, sobre el deseo ferviente de construcción de familia. Son ellos y ellas las que están haciendo planteos de planificación familiar con una claridad cegadora. El de ellos y ellas es un planteo maternal y paternal que se sobrepone al narcisismo para fluir en el amor al hijo. Quieren asegurarse el destino del hijo si el padre o la madre adoptante llegaran a morir. Para eso necesitan casarse.
Sabemos, cuando abandonamos el barco de la Familia Tipo, que hay familia allí donde un niño o una niña, un hombre y una mujer, mujeres u hombres se sientan incondicionalmente amados. La hay donde hay ese tipo de afecto que no se pone a prueba, ni depende de los vaivenes de las personalidades.
Hay familia donde hay seguridad. Se habla muy poco de este tipo de seguridad, la afectiva, de la que dependen tanto las chances de nuestra felicidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario