"Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. A la vuelta, dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quién se acerca, se enciende”.
Eduardo Galeano.
Simplemente, un hombre que admiro.
Esencial para aportar luz y comprensión acerca de nuestra historia.
Un libro siempre tiene un final feliz. Habría que descubrirlo, pero os anticipo que está en la última página. Después de ella, no es cierto que venga la contratapa y el resto del universo.., o, en verdad, es posible que sí, que venga el resto del universo, justo en ese sitio. Debe haber sido por eso que hace tantísimo tiempo que los libros, al igual que las películas, perdieron la mención que anticipaba que había llegado el final. Bien, ahí, en ese lugar de la última página, es donde comienza otro libro. La reflexión, la meditación, y tal vez el debate, han hecho nacer un nuevo libro..., o mejor dicho..., muchos nuevos libros. Podríamos decir que un libro es lo que no es. Que un libro contiene multitudes de libros. Y que con un libro, solamente con un libro, se podría levantar una biblioteca inmensa entera..., casi casi como la de Alejandría que sucumbiera entre lenguas de fuego. En vez de andar por la vida reclamando limonitas demasiado prosaicas, deberíamos pedir un libro. Se imagina a sí mismo diciendo «un libro, por favor, solamente un libro»..., o..., quizá, no ha pensado que , tal vez, mejor..., ¡deberíamos darlo! ¿No le parece.., don Américo... Barrios?
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